La necesaria pedagogía de la imagen (notas sobre los estudios de cine de Deleuze)

“La esencia del cine, que no es la generalidad de los films, tiene por objetivo más elevado el pensamiento, nada más que el pensamiento y su funcionamiento…” (Estudios de cine 2, p. 225). Podemos entender ahora cuál es la razón por la que Deleuze sostiene afirmaciones como estas, a saber, en tanto la experiencia de lo sublime (en sentido kantiano) haya tenido lugar –cosa que no ocurre en una gran cantidad de películas-, y en la medida en la que el cine se articule como los procesos de pensamiento mismos, es que conseguirá abrir las puertas a su más alto fruto: el pensamiento.

Sin embargo, algunas preguntas han quedado sin responder. Por ejemplo: ¿Por qué es que, cuando se intenta hacer un análisis de la naturaleza del cine en base a lo que él es y no a lo que dice, surge una tan espontánea asociación entre el cine y la filosofía?, y más aún, ¿por qué tal asociación vendría a ser más válida que una entre el psicoanálisis y el cine? Lo que sucede es que, según Deleuze, hay un parentesco esencial entre el cine y la filosofía. Mientras que el primero tiene por objeto la producción del pensamiento (según lo propuesto en estos estudios de cine), el segundo también. Lo que ocurre es que uno lo hace mediante la utilización de imágenes y el otro, mediante la utilización de conceptos . Y ciertamente no es que el psicoanálisis no piense, lo que ocurre es que éste, a diferencia de la filosofía, no tiene ni por objeto central la producción de pensamiento –pues trabaja principalmente en solucionar los profundos enredos en los que la psiquis puede verse envuelta-, ni tiene como herramienta central a algo que se asemeje tanto a la imagen como el concepto –pues su herramienta principal es lo que el analizado tiene que contar-.
Si la filosofía ha de ocuparse del pensamiento, habrá de ocuparse además (y con especial atención) de la necesidad que existe de un pensamiento verdaderamente creador y, consecuentemente, tendrá que convertirse en un acto creativo en sí mismo. ¿Esta es una alternativa para hacerle frente a algún problema? La respuesta es de todos modos afirmativa.
Se trata pues, de la reivindicación (por lo menos hasta cierto punto) de una exigencia nietzscheana . Hay que evitar plegarse a las formas de pensamiento dominantes, ya que esta será la única manera posible de garantizar que la filosofía se alimente de una verdadera y constante transformación creativa que posibilite, ante todo, la mejor adecuación posible de ésta a los problemas que nos atacan hoy en día . El mundo es polimorfo y dinámico: sus problemas también.
Asimismo, es necesario que le demos a la filosofía nuevas herramientas o, si se quiere, nuevas armas con las cuales pueda aportarle sentidos y valores concretos al caos que gobierna la realidad en la que vivimos . En ese sentido, el cine, en tanto sea capaz de abrir las puertas de un pensamiento verdaderamente creativo, representará una ayuda invalorable.
Pero de nuestro análisis filosófico del cine hemos extraído también otra enseñanza importante: el cine nos posibilita reexaminar con nuevas luces viejos conceptos filosóficos. El ejemplo más importante quizás sea el del tiempo.
Este, como bien sabemos, ha sido un concepto que ha sido objeto de interés desde los primeros individuos que la historiografía reconoce como “pensadores”. La problemática ha tenido múltiples visiones y los más diversos avances científicos, permitiendo esto el progreso en múltiples áreas del conocimiento humano.
Ahora bien, difícilmente podríamos decir que la visión científica agota el problema, pues, es clara la dimensión interna (y su consecuente afectación en nosotros) que tiene el tiempo.
Considero que el cine, por ejemplo, confrontándonos con el acontecimiento de experimentar al tiempo de manera cualitativa antes que cuantitativa, o también, invitándonos a hacernos una imagen de él (por lo menos en el caso del cine de la imagen-movimiento), lo convertirá en la perfecta vía de la interioridad: el motor de  un mecanismo de constante “producción de lo nuevo”. O, si se quiere, hará del cine una invalorable fuente de pensamiento creativo.
Esto nos demuestra, de una u otra manera, parte de las implicancias de la pedagogía de la imagen (a la que ya había hecho mención Godard). Por tal motivo,considero central cuidar al cine como un medio reivindicativo de nuestras facultades, de aquellas que permiten la aparición del pensamiento en su grado más elevado.

Cabe acotar que existe un cine en el que el tiempo se muestra de manera directa, es decir, que nos permite deshacernos de los vínculos sensorio-motrices liberándonos, de este modo, de un pensamiento todavía ligado a la acción para darle paso al pensamiento verdaderamente creativo.  Se trata del cine de la imagen-tiempo, el cual ostenta entre sus filas a varios de los más grandes nombres de la historia del cine.
Sin embargo, este no es el modelo predominante hoy en día, sino más bien uno cada vez más atípico. Y es que ocurrió que Hollywood, una vez que entró en escena, no se cansó de producir y reproducir un cine del movimiento, en donde la acción, y únicamente ella, era lo importante. Quizás esto sea demasiado decir, ya que hablar de acción implica y exige, al menos, cierta complejidad de pensamiento. Y es que ocurre que este «problema» fue resuelto con la aplicación y repetición de sencillas fórmulas dramáticas, a veces con ligeros cambios de matiz y a veces incluso un cambio de personajes secundarios (bástenos pensar en un Sylvester Stallone peleando por milésima vez a sus sesenta años encarnando a Rocky).
Así, el cine cayó (ahora sí en la generalidad de los films) en los tópicos, llegando a lo que Deleuze entiende como una “mediocridad cuantitativa”.
Asimismo, siendo este un problema mucho más fundamental, se cayó en el discursillo y la propaganda repetida hasta el cansancio. En ese sentido Deleuze señala: “el arte de masa, el tratamiento de las masas… ha caído en la propaganda y en la manipulación del Estado, en una suerte de fascismo que conjugaba a Hitler con Hollywood, a Hollywood con Hitler” (Estudios sobre cine 2, p. 220).
Resulta también innegable cómo es que el grueso del cine estadounidense se ha encargado no sólo de reproducir a los viejos y nuevos enemigos de la sociedad (piénsese, por ejemplo, cómo en las películas de acción los malos suelen ser rusos, nazis, latinos insurgentes o narcotraficantes, los vietnamitas y, de manera más reciente, los chinos), sino también de mostrarse una y otra vez como los únicos que salvaguardan la democracia y el mundo (los ejemplos son aquí innumerables, pero bástenos aquí pensar en uno: Día de la Independencia (1996) en el que el personaje del presidente norteamericano declara el día de la independencia de los Estados Unidos como el día de la independencia del mundo).
Ahora bien, no se debe pensar que el cine del tiempo es el único capaz de producir verdadero pensamiento creativo en nosotros. Sin duda es posible hacerlo desde el universo fílmico de la imagen-movimiento, y para ejemplos tenemos a los más grandes cineastas de la historia (tal sería el caso de Eisenstein).
Si algo nos enseña el cine, según creo nos ha tratado de explicar Deleuze en estos estudios sobre cine, es que el cine es pura virtualidad y, por ende, fuerza creativa del más alto vuelo. El cine no es otra cosa que el ámbito de la pura posibilidad… ¡aprovechémoslo!  Bien sabemos que en países como el nuestro lo que faltan son precisamente medios para el despliegue creativo.
Por tal motivo, resulta imprescindible cuidarnos de la violencia que representa sobre nosotros la propaganda y la falta de inteligencia para la producción cinematográfica (tanto a nivel técnico como discursivo).
Necesitamos tener un total cuidado de la producción de cine de la mano de una disposición de una más variada oferta en las carteleras locales. Demás está decir que esa tarea debería estar a cargo del Estado. ¡Cuidemos el cine!

Una respuesta to “La necesaria pedagogía de la imagen (notas sobre los estudios de cine de Deleuze)”

  1. Buen texto, Sebastián. Parte del pensamiento sería, también, comprender todo lo que motiva lo que denominas la «mediocridad cuantitativa del cine» en todas sus manifestaciones.

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